La pequeña gatita estaba acurrucada al borde de la carretera, con su suave pelaje enmarañado y sucio, y sus grandes y conmovedores ojos rebosaban anhelo. Aquella visión tocó la fibra sensible de Tom y, en ese momento, supo que no podía marcharse sin más.
Viajar por un país extraño con una gata joven no era convencional, y desde luego no sería fácil, pero no podía abandonarla. Decidió continuar su viaje y llevarse a Mimi a casa después.