De repente, todo se hizo añicos. Los monos no estaban cogiendo baratijas por capricho. No se trataba de un robo al azar, sino de un plan meticulosamente elaborado. El corazón de Tom martilleó en su pecho al darse cuenta de la horrible realidad.
El edificio en ruinas que había parecido tan inocuo era, de hecho, el corazón de una oscura conspiración. No era un puesto abandonado, sino el centro neurálgico de una operación criminal en la que una banda había adiestrado a monos para robar objetos de valor a los turistas.