Derrotada, regresó a casa a media mañana, dispuesta a enfrentarse a otro espacio vacío. El corazón le pesaba tanto como las nubes de tormenta que se cernían sobre ella. Al acercarse a la puerta, se fijó en el maltrecho felpudo, oscurecido por la lluvia. Recordó cómo Orión solía tumbarse allí, tomando el sol. Las lágrimas volvieron a brotar.
Entró en casa, cerró la puerta y dejó la chaqueta húmeda en el perchero. Soltó un suspiro tembloroso y se quedó paralizada. En el pasillo, un sonido inconfundible llegó a sus oídos: «Miau» Se giró y casi se le cayeron las llaves. Allí, emergiendo de la penumbra, estaba Orión.