Las manos temblorosas de Julian agarraron con fuerza las de Jennifer mientras el arrepentimiento lo inundaba. Habían pasado por alto todas las señales de advertencia que tenían delante de sus narices, sin proteger a su hija. Julian sintió que debía haber sido él quien garantizara la seguridad de su hija.
Sorprendentemente, fue su gato el que se dio cuenta de las señales. Su comportamiento de los últimos meses, que antes se consideraba extraño y agresivo, ahora se entendía como protector. Julian se encogió al recordar que había pensado en entregar el gato a un refugio, un pensamiento que ahora le llenaba de vergüenza por haber malinterpretado sus intenciones.
Interrumpiendo su sentimiento de culpa, un agente de policía elogió la vigilancia del gato. Al principio, Julian se erizó ante la mención de que las cosas podrían haber sido peores, pero pronto reconoció la verdad en aquellas palabras. La presencia constante de Bigotes al lado de su bebé no era sólo un comportamiento peculiar, sino una forma silenciosa de protección.