«Eh, Lucas, ¿quieres un bocado? Oh, espera, parece que ya has comido bastante», se burló Derek, mientras los demás se reían. La cara de Lucas se tiñó de rojo y sus ojos se desorbitaron en busca de una salida. Se sentía atrapado, humillado y completamente solo.
Lucas intentó reírse del dolor, pero el aguijón de unos comentarios tan duros no se le quitaba fácilmente. Y cuanto más le acosaban en el colegio por su peso, más se atiborraba de pizza por la noche y de una botella de Coca-Cola.