Pero llegó un día en que Rohan no pudo seguir ignorándolo. Durante una tarde de trabajo especialmente extenuante en el campo, sintió un dolor agudo e incapacitante en el estómago. Era tan intenso que le hizo caer de rodillas, quedándose sin aliento y jadeando. Los trabajadores que le rodeaban miraban atónitos cómo el estoico Rohan, siempre inmune al dolor, se retorcía en el suelo. Ya no podía ocultar su sufrimiento. Había llegado el momento de pedir ayuda.
Ante la persistente insistencia de sus amigos, Rohan se encontró finalmente en los estériles y blancos confines de un hospital urbano, lejos de la familiaridad y el confort de sus queridos campos. Mientras las duras luces fluorescentes parpadeaban sobre él y el frío tacto metálico del estetoscopio le oprimía el vientre hinchado, su corazón latía con una mezcla de miedo y expectación.