El hocico del oso bajó ligeramente. Sus orejas se movieron, ya no estaban echadas hacia atrás. Mike exhaló un suspiro tembloroso que no se había dado cuenta de que contenía. Manteniendo una postura neutra, avanzó con cuidado. El oso le permitió acortar la distancia sin gruñir ni dar muestras de agresividad.
Mike inclinó la cabeza hacia ella, sintiendo un alivio mezclado con un temor persistente. «Creo que está bien», susurró, aunque no estaba del todo seguro de sus propias palabras. El oso los miró a ambos con fijeza y luego volvió la enorme cabeza hacia la maleza, donde permanecía el hombre herido, o el hombre que había parecido herido.