Casi imperceptiblemente, los pelos del oso empezaron a calmarse. El profundo rugido de su garganta se calmó y se redujo a una respiración forzada que empañó el aire frío. Cambió su enorme peso de una pata a otra, aparentemente desconcertado.
Mike sintió que el enfrentamiento había llegado a una encrucijada. Se negó a moverse, deseando que su presencia sirviera de barrera contra cualquier reacción precipitada del oso o de Nicole. Entonces, la tensión se relajó como una cuerda tensa que se desenrolla lentamente.