Un oso irrumpe en el hospital y una enfermera llora al ver lo que lleva en la boca

Hana comprendió rápidamente que la agresividad del oso no pretendía ser dañina. Era evidente que el oso, junto con la pequeña criatura que protegía, necesitaba ayuda, ya fuera de ella o de un veterinario profesional. El corazón de Hana latía con fuerza por la responsabilidad del momento y su determinación se afianzaba al darse cuenta de que ella era ahora su único puente hacia la seguridad y el cuidado.

Hana se acurrucó en sí misma, minimizando su presencia para parecer menos intimidante. Sorprendentemente, el oso pareció comprender el gesto de Hana. Se relajó un poco y sus gruñidos se convirtieron en cautelosos quejidos. Como el peligro no parecía tan inmediato, Hana respiró hondo. Podía oler el aroma limpio del antiséptico en el aire, que se mezclaba con su creciente determinación de conseguir ayuda.