El viaje hacia el sur le pareció más largo de lo que prometía el mapa, pero al caer la tarde llegó a la cabaña: una caja escuálida y maltratada por el tiempo, con pintura azul descascarillada y un tejado remendado con tejas desparejadas. No era bonita, pero el mar estaba a poca distancia, y eso era suficiente.
Dentro olía a sal y a madera vieja. Un sofá raído daba a una pequeña ventana que enmarcaba una franja de agua gris. En la cocina había una tetera desconchada, una nevera que funcionaba a medias y poco más. Noemi tiró la maleta al suelo, abrió la puerta de atrás y dejó que el aire marino recorriera todas las habitaciones.